Trabajar con discreción y en equipo y cuestionarse cada día todo hasta encontrar la mejor solución. Este es el credo de Giulio Papi, uno de los más importantes diseñadores de relojes del mundo, con quien conversamos en su taller de Le Locle.

Lo he escrito a menudo: trabajar en el mundo de la relojería es una aventura técnica y cultural extraordinaria. Es, sin duda, una de las disciplinas más interesantes. Hace referencia a la filosofía, la creatividad, la pintura, la técnica y la investigación de nuevos materiales, las matemáticas, la física… Amplio y abierto, el tema es tal que son muy pocos los que dominan, no ya en su totalidad, sino incluso en grandes segmentos.

Sin embargo, al escuchar a numerosos actores del mundo de la relojería, da la impresión de dialogar con los reyes del mundo. No se por qué es así, y también lo he escrito en multitud de ocasiones, pero sumergirse en la industria del tiempo provoca, demasiado a menudo, el síndrome de Zeppelin; es decir, cuanto menos saben más predican y más lecciones dan.

En este revoltijo de egocentrismo, existen afortunadamente hombres y mujeres que piensan que no es inteligente en soledad y que la materia es demasiado amplia como para contenerla en un solo cerebro. Estos son los que trabajan con discreción, se cuestionan a diario, buscan, exploran, comparan, ensayan y, finalmente, encuentran soluciones para hacer progresar el arte de la relojería en el terrero más difícil: la fiabilidad, la precisión y la durabilidad.

Entre estos relojeros-creadores, tan modestos como competentes, está Giulio Papi, uno de los fundadores de Renaud-Papi, convertida hoy en Renaud-Papi-Audemars Piguet. Giulio es, sin duda, uno de los tres diseñadores de relojería más grandes del mundo. Pero es, sobre todo, un hombre con mucho sentido y una carrera extraordinaria.

Con el paso del tiempo, le ha llegado el éxito, un éxito que le ha convertido en una referencia mundialmente reconocida. Cuando se le pregunta cuáles son los retos relojeros del futuro, explica que, cada uno en su camino, el conjunto de la relojería está determinado a mejorar la cronometría de los relojes, su fiabilidad y su durabilidad. Es a través de este único aspecto –y aquí coincide con Nick Hayek, patrón del Grupo Swatch– que la relojería suiza mantendrá su ventaja sobre sus competidores y no por medio del marketing o de la guerra comercial en los mercados. La tendencia es, pues, continuar mejorando el funcionamiento de los guardatiempos. Para eso hay que ser extremadamente creativo y escuchar los deseos de los clientes. Y es sobre este tema como iniciamos la conversación con Giulio Papi en su atelier de le Locle.

¿Qué significa realmente todo esto?

Hoy cada uno asume sus responsabilidades en su área de especialización. De hecho, la creatividad en la relojería se puede ilustrar a través de la cocina de los grandes chefs. Todo debe ser armonioso y no puede haber una sola falta de gusto. Por ser claro, cada uno aporta su saber-hacer, sus ideas, pero hacemos el menú todos juntos. Pero en Audemars Piguet, tenemos las orejas abiertas y hemos comprendido que los chefs no son los jefes, que lo son los clientes. Este es el primer punto y es esencial, pues es sinónimo de apertura de espíritu y de aceptación de compartir ideas para conseguir lo mejor.

Si he comprendido bien, esta es la base, lo que podría ser el primer chef…

Exactamente, y el segundo chef es la física de la mecánica. Nos vemos obligados a respetarla y esto nos obliga a ser muy rigurosos en nuestros proyectos. El tercer chef es la practicidad o la tecnología. Para darle un ejemplo, no se puede hacer agujeros más pequeños que la herramienta que nos permite hacerlos. El cuarto chef es la financiación, lo que tiene su importancia. Este chef debe ocuparse de las cuestiones de rentabilidad, patentes, leyes laborales, etc.

De hecho, nos encontramos como en la cocina de un gran restaurante…

Exacto. Y todas estas personas son los auténticos cocineros. Se acabaron los días de las «estrellas» que atraían todo el interés exclusivamente hacia ellas mismas. Ahora, cada cocinero debe poder construir su parte del menú y no habrá ninguna diferencia en el gusto, pues cada uno habrá aportado su contribución no con sus ideas propias sino acomodando sus ideas a las de otros para obtener el mejor resultado posible.

Somos humildes observadores de este fenómeno que crece y que, a pesar de las restricciones impuestas, como por ejemplo que no se puede renegar de la física, consiguen crear relojes excepcionales. Esos que los aficionados realmente esperan.

Antes eramos solamente un pequeño grupo de personas los que hacíamos el trabajo. Y durante ese periodo hubo demasiados políticos que querían hacerlo así pensando que favorecían a la empresa, pero realmente el coste fue alto, ya que perdimos el sentido de las cosas. Es, pues, indispensable volver al trabajo de base.

Es más confortable y cada uno puede disfrutar de esa situación…

Sí, desde luego. Pero antes no se pensaba así, pues no era normal poner todo en cuestión. Hoy el pensamiento es diferente. Hemos comprendido que no podemos satisfacer las demandas de los consumidores si cada persona que interviene en la construcción de un reloj hace su propia cocina con su propia y exclusiva receta. Hoy, la creación de un reloj es el resultado de una «tormenta de cerebros», como dicen los canadienses.

Los relojes serán por tanto más caros…

No necesariamente. Si se aporta una mejora en la manera de medir el tiempo no tiene por qué ser forzosamente muy caro. La puesta en común de las ideas permite justamente llegar a un resultado tal que el reloj, incluso el más reciente o incluso el más sofisticado, puede ser quizá más barato que el modelo precedente. Esto es posible con esta manera de trabajar, poniendo en común ideas y sugerencias. En otras palabras, intentamos demostrar que nadie es inteligente solo.